jueves, 21 de julio de 2016

El Borras


 Seis  de la mañana, Manuel Iborra más conocido como el Borras entraba al  turno. El madrugar, el ruido de las máquinas, y el apestoso olor de los aceites industriales siempre le dejaban un mal cuerpo. Hacia calor, mucho calor. La borra que soltaban las bobinas de hilos volaban en el aire como plumas y dibujaban una extraña danza, pero a pesar de su ínfimo peso la gravedad hacía que estas cayeran al suelo, en las máquinas o en las cabezas de los operarios.
 Manuel llevaba el pelo largo y este iba fijado a una redecilla, su  uso era obligatorio para cumplir las normas de seguridad e higiene de la fábrica.
 La redecilla le molestaba bastante, estaba mal fijada en su cabeza y se la quitó para acoplarla mejor y se liberó el pelo, sacudió la cabeza a derecha e izquierda en un movimiento rápido para que sus largos cabellos pudieran soltarse unos segundos y fue que en unos de esos movimientos compulsivos cuando la extensa y negra melena del Borras se enredó  en unas de las bobinas tronco-cónicas  de hilo y esta poco a poco fue succionando primero su melena, después su cabeza y así todo lo demás hasta convertirse en un extraño y sangriento cono de hilo.
Él mientras pudo, gritaba desesperado pidiendo auxilio, pero el ruido que se generaba  en la fábrica con tantos aparatos era mas alto que sus chillidos y nadie oyó nada.
 A la hora del almuerzo sus compañeros no lo vieron en el comedor y alguno comentó: “esta mañana se quejaba de que no se encontraba muy bien, seguramente se habrá marchado a casa, por cierto su redecilla la encontré en el suelo y se la he recogido, si pregunta por ella  que sepáis  que la tengo yo.”








Carles Masover  06-05-2016


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