El Borras
 Seis  de
la mañana, Manuel Iborra más conocido como el Borras entraba al  turno. El madrugar, el ruido de las máquinas,
y el apestoso olor de los aceites industriales siempre le dejaban un mal
cuerpo. Hacia calor, mucho calor. La borra que soltaban las bobinas de hilos volaban
en el aire como plumas y dibujaban una extraña danza, pero a pesar de su ínfimo
peso la gravedad hacía que estas cayeran al suelo, en las máquinas o en las cabezas
de los operarios.
 Manuel llevaba el pelo largo y este iba fijado
a una redecilla, su  uso era obligatorio
para cumplir las normas de seguridad e higiene de la fábrica.
 La redecilla le molestaba bastante, estaba mal
fijada en su cabeza y se la quitó para acoplarla mejor y se liberó el pelo, sacudió
la cabeza a derecha e izquierda en un movimiento rápido para que sus largos
cabellos pudieran soltarse unos segundos y fue que en unos de esos movimientos
compulsivos cuando la extensa y negra melena del Borras se enredó  en unas de las bobinas tronco-cónicas  de hilo y esta poco a poco fue succionando
primero su melena, después su cabeza y así todo lo demás hasta convertirse en
un extraño y sangriento cono de hilo.
Él mientras
pudo, gritaba desesperado pidiendo auxilio, pero el ruido que se generaba  en la fábrica con tantos aparatos era mas alto
que sus chillidos y nadie oyó nada.
 A la hora del almuerzo sus compañeros no lo
vieron en el comedor y alguno comentó: “esta mañana se quejaba de que no se
encontraba muy bien, seguramente se habrá marchado a casa, por cierto su
redecilla la encontré en el suelo y se la he recogido, si pregunta por
ella  que sepáis  que la tengo yo.”
Carles Masover  06-05-2016
 
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